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miércoles, 28 de marzo de 2012

UN FELIZ DÍA DE PESCA

Aquella noche dormí inquieta pensando en que a la mañana siguiente tendría que levantarme temprano para acompañar a mi marido en un feliz día de pesca. Nunca quise desengañarlo puesto que le hacía mucha ilusión que lo acompañase para disfrutar con él, ¿cómo iba a decirle que para mí era un auténtico rollo? Madrugar, estar a la orilla del río en silencio esperando ver si alguna trucha picaba, pero... en fin. Es uno de tantos sacrificios que debe hacer una mujercita de su casa.
Apenas amaneció ya estaba él esperándome para que me vistiese. ¡No vaya a ser que perdiese la primera trucha del día! Cuando llegamos a la orilla, caían unas gotas finas que predecían un día lluvioso.
Nos apostamos en la orilla, yo media adormecida sosteniéndo la caña; él escudriñando los recovecos del río para ver por donde andaban aquellos bichos, como yo les llamaba. De repente un fuerte golpe me hizo espabilar; tiró de la caña y revolviéndose inquieta, una trucha grande y hermosa que se resistía al anzuelo. Mi marido grita: "¡Agarra fuerte! ¡No la sueltes que ya voy yo a ayudarte!".
En esto, un nuevo volantazo de la trucha me hizo perder estabilidad y... ¡Plaf! De cabeza al río.
¿Qué más puedo decir? Hacía frío y estaba empapada, y seguramente también habría pescado un buen resfriado.
A pesar da todo, yo sonreía y... ¿sabeis por qué? Tenía la perfecta excusa para no volver nunca más a "un feliz día de pesca".

Ada Louzao López

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