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miércoles, 11 de abril de 2012

PUNTO DE VISTA

Las ideologías políticas y los preceptos religiosos han ido modificando sus estrategias para adaptarlas a su tiempo, mientras que los humanos, como tales y aunque el reconocimiento de derechos haya sido diferente en cada época, no hemos cambiado y seguimos necesitando las mismas cosas. En especial, las mujeres.
Si miramos hacia atrás, nos encontramos con culturas antiguas que tuvieron como referente y principio a esa Diosa Madre, también asimilada a la Tierra Fecunda, cuyos idolillos de vientre abultado y pechos generosos aún podemos ver en los museos. Ella fue quien dotó a la hembra con la fertilidad, el don más excelso de la Creación porque perpetúa la vida.
En los animales no racionales, las etapas evolutivas están marcadas por leyes biológicas de las que jamás se desvían. A los humanos se nos dio inteligencia racional para que buscásemos en la naturaleza el alimento regenerador y todo aquello que pidiésemos necesitar.
Y en estas sociedades naturalistas y matriarcales, las mujeres reconocían perfectamente en sus cuerpos los ciclos vitales y sabían cómo neutralizarlos por  medios inocuos.
Nosotros pertenecemos a la cultura occidental, de valore cristianos, de los que, en general, estamos satisfechos. Pero a las descendientes de Eva, la Iglesia Católica nos condenó a la castidad – los hombres quedaron exculpados – porque el simplón de Adán se dejó tentar por aquélla y perdió el paraíso.
El baldón pesó demasiado sobre los hombros de la mujer en una sociedad poderosamente controlada por la Iglesia.
De todos los mayores son conocidos los tiempos en que un hombre, después de acosarla hasta vencer su resistencia, abandonaba a la novia embarazada, obligándola a abortar en sórdidas condiciones o a exponerse al escarnio público, al extrañamiento de la casa paterna y quizá al abandono de la criatura en la inclusa.
Y, a todo esto…, el coautor ¿dónde estaba? Desaparecido y sin la menor responsabilidad, ni civil ni penal.
Los viajes a Londres mejoraron las condiciones clínicas, pero no la soledad, la angustia, el desamparo, la realidad sombría… El privilegio se tornó cilicio y  el problema se ha dimensionado en una dirección que nunca debió tomar.
No dejo de pensar que si fuese a la inversa, los hombres ya tendrían resuelta esta penosa contingencia.
El avance intelectual de las mujeres, tras siglos de oscurantismo, ha llegado a un punto de conocimientos que, si lo queremos, nos permitirá despejar nuestro camino.
La mujer tiene derecho a su sexualidad, pero debe estar preparada para ejercerla consciente y responsablemente cuando la pubertad llega. A ninguna joven que todavía no ha vivido debe rompérsele la vida con la carga de un hijo, ni puede sometérsela a una práctica que ultraja su intimidad, arrasa sus esquemas, puede dañar su cuerpo y deja secuelas en su alma.
Evitemos el drama de la madre niña y también de la que no pudo serlo, porque tal vez en los días sombríos que seguro vendrán, se preguntará por aquél pedazo de su corazón que no pudo nacer porque antes acabó en el cubo de desperdicios de una clínica, cuando no en la trituradora de carne.
Pienso que ninguna mujer debería felicitarse porque la ley del aborto sea cada vez más permisiva. No es una buena ley, aparte de cruel, aquélla que solapa derechos – el no nacido también los tiene – ni saludable una sociedad que elimina a sus criaturas.
Ser madre es una decisión propia – o en consenso cuando se vive en pareja – y ha de tomarse libremente en el momento que se considere óptimo para el cuidado y estabilidad de los hijos.
Si eso conseguimos, avanzaremos, sin duda, hacia un mundo mejor en una sociedad sana, sin gangrenas vergonzantes que puedan costarle la supervivencia.
CARMEN GÓMEZ

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